Con frecuencia, hablamos y hablamos pero
no nos comunicamos.
Hablamos y las palabras son trampas con
las que nos ocultamos.
Palabras devaluadas, como moneda gastada,
sin valor, que corre de mano en mano.
Es el lenguaje de lo comercial, lo
político, y hasta lo afectivo: palabras, palabras, palabras, sin alma, sin
verdad.
Palabras para atrapar, para seducir, para
engañar, para dominar.
Por eso, palabras tan graves como “lo
juro”,
“prometo”, “te amo”, “cuenta conmigo”, encierran con frecuencia la mentira, la traición, el abandono, la soledad.
“prometo”, “te amo”, “cuenta conmigo”, encierran con frecuencia la mentira, la traición, el abandono, la soledad.
La tecnología moderna ha hecho más
importante el medio que el mensaje.
Ni los celulares, ni el fax, ni el correo
electrónico nos han ayudado a comunicarnos mejor.
Necesitamos comunicarnos cuando estamos
lejos, pero somos incapaces de comunicarnos cuando estamos juntos.
No es lo mismo hablar que decir.
Algunos hablan mucho, pero no dicen nada:
mera cháchara hueca, trivial.
Otros, con muy pocas palabras o incluso
sin palabras, expresan grandes sentimientos e ideas.
Las personas hablan y hablan, pero
raramente se comunican sus miedos, angustias, ilusiones...
Viven extraños en la misma casa, en la
misma cama, repitiendo rituales vacíos, escuchando en silencio al televisor, el
personaje más importante de la familia.
Si queremos comprender y comunicarnos con
nuestros pacientes, los Magos debemos aprender a escucharlos.
Escuchar sus silencios, los dolores de sus
almas, los gritos de sus inseguridades y miedos.
Escuchar lo que se expresa y lo que no se
expresa, lo que dicen y lo que callan, los intangibles pedagógicos, lo que traen
de la casa, la calle, la familia.
Escuchar lo que piensan, sin decirlo, de
él como maestro o profesor, de la materia, de la escuela.
Saber escuchar, para saber decir, para
superar las trampas de la apariencia de la comunicación.
La palabra construye realidad.
Una palabra o una frase, un gesto, pueden
influir sobre-manera en el crecimiento o en el estancamiento de los procesos de
desarrollo que vive el educando.
Educar es enseñar a escuchar el silencio
para ser capaces de oír el griterío de las flores, las ásperas voces de las
piedras, el rumor de las cascadas y torrentes que nos cuentan los misterios y
maravillas del universo con sus labios de agua.
Escuchar el silencio como lugar para la
reflexión y el pensamiento y como antídoto contra tanta palabrería y tanta
información banal.
La voz del silencio se hace educativamente
necesaria en un mundo tan lleno de ruidos, para así avanzar hacia un diálogo
cada vez más rico y humanizador.
Escuchar el silencio como lugar fecundo y
germinador de palabras verdaderas.
Internet
*** La voz del silencio se hace educativa mente necesaria en un mundo tan lleno de ruidos, para así avanzar hacia un diálogo cada vez más rico y humanizado.
ResponderEliminarEscuchar el silencio como lugar fecundo y germinado de palabras verdaderas. ***