Por alguna oculta razón atribuimos a los animales defectos que sólo tenemos los hombres.
No es falsa la serpiente cuando repta zigzagueando en su andar; es falso el hombre que deja la rectitud y anda por caminos sinuosos.
No es sucio el cerdo que se revuelca en el barro; es sucio el hombre que enloda su espíritu con conductas inmorales.
No es cruel la hiena que ataca a su presa para alimentarse; es cruel el hombre que hiere y tortura a sus hermanos.
No es charlatán el loro que repite sonidos huecos; es charlatán el hombre que habla sin tener nada que decir.
No es cobarde la gallina que huye del enemigo por instinto; es cobarde el hombre que no afronta los riesgos de su situación.
No es astuto el zorro que se hace el dormido para atrapar a su presa; es astuto el hombre que simula para engañar.
No es mentiroso el tero que grita lejos de su nido para defender su cría; es mentiroso el hombre que oculta la verdad que debería mostrar.
Tal vez, no se hace malo el hombre cuando se parece a los animales, y se hace malo el animal cuando se asemeja a los hombres…
Tristemente nos damos cuenta que sin irnos al extremo como individuos hemos desaprovechado el don divino y cada día nos hemos convertido en el peor representante de la creación. Ya que en lugar de ir evolucionando positivamente hemos retrocedido años luz. Los animales se comportan tal cual es su naturaleza, en cambio nosotros en la nayoría de los casos los superamos simplamente por maldad. He ahí la diferencia abismal.
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